Ha salido un nuevo libro de Julian Barnes publicado en castellano (La mesa limón - Anagrama) y con ese motivo en La Nación publican una nota sobre él que incluye una entrevista. Todo por Juana Libedinsky desde Londres.
Cuando los Rolling Stones anunciaron los planes para una nueva gira mundial, tocando su hit de hace 34 años "Brown Sugar" en la conferencia de prensa, el tema del día se volvió, con el tradicional sarcasmo británico, el de "sexagenarios, drogas y rock and roll". La estocada no podría aplicarse a Julian Barnes. El autor de El loro de Flaubert, de 59 años y miembro del dream team de novelistas británicos (con Martin Amis, Ian McEwan, Kazuo Ishiguro), nunca entendió por qué se espera que, en la vejez, la gente empiece a comportarse de manera distinta o a desear hacer otras cosas que las que siempre disfrutaron.
La "mesa limón" a la que alude el título de la flamante colección de cuentos cortos era una mesa de un restaurante de Helsinki al que iba el compositor Sibelius a comienzos del siglo XX. Se llamaba la "mesa limón", porque el limón es el símbolo chino de la muerte, y cuando uno se sentaba a esa mesa, estaba obligado a abordar el tema, por poco que le gustase. El nuevo libro de Barnes (autor de obras célebres como La historia del mundo en diez capítulos y medio, Inglaterra, Inglaterra, Amor, etc. y Hablando del asunto) trata precisamente de los años que anteceden al final de nuestras vidas, en los cuales la muerte está, clara e inevitablemente, en el horizonte cercano. Sus personajes no por eso pierden la capacidad de vivir, amar, mentir y ser infieles, de tal manera que Mick Jagger casi parece un tímido escolar en comparación.
"Todos podemos ver, pasada cierta edad, cómo el cuerpo decae, y de alguna manera asumimos que lo mismo ocurre con los espíritus y las pasiones, pero eso es muy poco probable y siempre fue poco probable", explica Barnes en una tarde gris y lluviosa de Londres que le garantiza que "el mundo gira como siempre".
-¿Las pasiones no decaen por el Viagra?
-Por el Viagra hoy, pero es en respuesta a una necesidad universal y eterna que es la de seguir persiguiendo nuestros sueños de juventud a lo largo de la vida. Hoy la sociedad permite hacer cosas que 50 años atrás hubiesen sido impensables, fuese por la Iglesia o por el qué dirán, pero yo estoy seguro de que esto causaba unas frustraciones terribles, no es que entonces la gente lo aceptase más que con una aparente serenidad. No hay nada de nuevo en el miedo a envejecer. Una de las historias del libro se me ocurrió al leer una biografía de Balzac donde cuenta que su padre estaba determinado a no morir nunca por lo que comenzó una dieta basada en el tronco de ciertos árboles. Las historias de mi libro no transcurren todas en la Inglaterra del siglo XXI, sino también en Suecia, Francia, Rusia, y algunas se remontan dos siglos atrás. Las manifestaciones son distintas, ahora los hombres no mordemos troncos sino que tomamos Viagra, las mujeres se inyectan Botox o se hacen cirugía plástica, todos usamos las ropas de los jovencitos o el pelo de cierta manera, pero se mantiene la disparidad entre lo que nos pasa por dentro y por fuera. Lo que yo quería era escribir contra la idea de serenidad en la vejez. Ese es el subtítulo escondido del libro.
-Usted no es ningún improvisado en los temas culinarios e incluso un par de años atrás publicó un libro de cocina. ¿Planes de volver a ponerse el delantal?
-No creo. Lo que me interesaría hacer, más bien, es escribir sobre la comida en la literatura, sobre la relación de los autores con los alimentos. Hace poco estaba leyendo la nueva traducción al inglés de Don Quijote y una idea podría ser basarme en su relato de una de las primeras degustaciones de vino. Lo narra en la voz de Sancho Panza, y es fantástico. De recetas, en cambio, me parece que ya he dicho todo lo que tenía que decir.
-Hablando del Quijote, ¿lo afecta leer libros traducidos?
-Sin duda uno debe de perder un porcentaje -y con un mal traductor, un gran porcentaje- del original, pero, por ejemplo, releyendo el Quijote no podía parar de reírme a lo loco, ¡y estamos hablando de un libro en otro idioma y que tiene 400 años! ¡Ese sí que no envejeció! En una buena traducción no debería perderse más del 5% del original. Mi primera experiencia como traductor fue pasar del francés al inglés el diario de Daudet. Traducir es una mezcla curiosa de responsabilidad e irresponsabilidad, no es el texto de uno, pero uno se siente profundamente vinculado a quien lo escribió y quiere hacerlo bien en su honor. Es una experiencia liberadora porque uno puede acercarse a la gente y decirle "Vayan a comprar este libro maravilloso" sin que le dé vergüenza porque no es el libro propio. Aunque debo reconocer que quizá me tomó más tiempo a mí traducir el diario de Daudet que a él escribirlo.
-¿Cuán distinto le resulta escribir cuentos cortos que novelas?
-Es muy distinto. En un cuento corto uno puede mantenerlo todo en la cabeza al escribir, con la desventaja de que cada falla en la historia se pone en evidencia inmediatamente. La novela es más difícil de mantener entera en la cabeza, con las distracciones de la vida cotidiana, pero es más relajado saber que no existe la novela perfecta. Hay grandes novelas, pero aun éstas no son perfectas. Escribir novela es tan distinto de escribir cuentos que, desde el comienzo, para mí está claro si una idea es para una obra de ficción larga o breve.
-Y su propia vejez, ¿va a ser como suponemos será entonces la de sus compatriotas, los Rolling Stones?
-Espero que cuando cumpla ochenta y pico, alguien diga de mí "Se la pasa leyendo todo el día". Sería el mayor halago.
Por supuesto en el artículo original hay más. Una reseña sobre La Mesa Limón en El Cultural. Este mes también salió un nuevo libro de Barnes en inglés: Arthur and George. Algo de eso y más por supuesto en la web "oficial" de Barnes. Más sobre el autor en este artículo de la Literary Encyclopedia. Un breve resumen de su carrera, pero en castellano. Una crítica de su libro Amor, Etcétera. Y un pequeño artículo/entrevista a raíz de la edición de su libro Inglaterra, Inglaterra.
La imagen de Julian Barnes en este post fue extraída de la web del Harry Ransom Humanities Research Center de la Universidad de Texas.
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Cuando los Rolling Stones anunciaron los planes para una nueva gira mundial, tocando su hit de hace 34 años "Brown Sugar" en la conferencia de prensa, el tema del día se volvió, con el tradicional sarcasmo británico, el de "sexagenarios, drogas y rock and roll". La estocada no podría aplicarse a Julian Barnes. El autor de El loro de Flaubert, de 59 años y miembro del dream team de novelistas británicos (con Martin Amis, Ian McEwan, Kazuo Ishiguro), nunca entendió por qué se espera que, en la vejez, la gente empiece a comportarse de manera distinta o a desear hacer otras cosas que las que siempre disfrutaron.
La "mesa limón" a la que alude el título de la flamante colección de cuentos cortos era una mesa de un restaurante de Helsinki al que iba el compositor Sibelius a comienzos del siglo XX. Se llamaba la "mesa limón", porque el limón es el símbolo chino de la muerte, y cuando uno se sentaba a esa mesa, estaba obligado a abordar el tema, por poco que le gustase. El nuevo libro de Barnes (autor de obras célebres como La historia del mundo en diez capítulos y medio, Inglaterra, Inglaterra, Amor, etc. y Hablando del asunto) trata precisamente de los años que anteceden al final de nuestras vidas, en los cuales la muerte está, clara e inevitablemente, en el horizonte cercano. Sus personajes no por eso pierden la capacidad de vivir, amar, mentir y ser infieles, de tal manera que Mick Jagger casi parece un tímido escolar en comparación.
"Todos podemos ver, pasada cierta edad, cómo el cuerpo decae, y de alguna manera asumimos que lo mismo ocurre con los espíritus y las pasiones, pero eso es muy poco probable y siempre fue poco probable", explica Barnes en una tarde gris y lluviosa de Londres que le garantiza que "el mundo gira como siempre".
-¿Las pasiones no decaen por el Viagra?
-Por el Viagra hoy, pero es en respuesta a una necesidad universal y eterna que es la de seguir persiguiendo nuestros sueños de juventud a lo largo de la vida. Hoy la sociedad permite hacer cosas que 50 años atrás hubiesen sido impensables, fuese por la Iglesia o por el qué dirán, pero yo estoy seguro de que esto causaba unas frustraciones terribles, no es que entonces la gente lo aceptase más que con una aparente serenidad. No hay nada de nuevo en el miedo a envejecer. Una de las historias del libro se me ocurrió al leer una biografía de Balzac donde cuenta que su padre estaba determinado a no morir nunca por lo que comenzó una dieta basada en el tronco de ciertos árboles. Las historias de mi libro no transcurren todas en la Inglaterra del siglo XXI, sino también en Suecia, Francia, Rusia, y algunas se remontan dos siglos atrás. Las manifestaciones son distintas, ahora los hombres no mordemos troncos sino que tomamos Viagra, las mujeres se inyectan Botox o se hacen cirugía plástica, todos usamos las ropas de los jovencitos o el pelo de cierta manera, pero se mantiene la disparidad entre lo que nos pasa por dentro y por fuera. Lo que yo quería era escribir contra la idea de serenidad en la vejez. Ese es el subtítulo escondido del libro.
-Usted no es ningún improvisado en los temas culinarios e incluso un par de años atrás publicó un libro de cocina. ¿Planes de volver a ponerse el delantal?
-No creo. Lo que me interesaría hacer, más bien, es escribir sobre la comida en la literatura, sobre la relación de los autores con los alimentos. Hace poco estaba leyendo la nueva traducción al inglés de Don Quijote y una idea podría ser basarme en su relato de una de las primeras degustaciones de vino. Lo narra en la voz de Sancho Panza, y es fantástico. De recetas, en cambio, me parece que ya he dicho todo lo que tenía que decir.
-Hablando del Quijote, ¿lo afecta leer libros traducidos?
-Sin duda uno debe de perder un porcentaje -y con un mal traductor, un gran porcentaje- del original, pero, por ejemplo, releyendo el Quijote no podía parar de reírme a lo loco, ¡y estamos hablando de un libro en otro idioma y que tiene 400 años! ¡Ese sí que no envejeció! En una buena traducción no debería perderse más del 5% del original. Mi primera experiencia como traductor fue pasar del francés al inglés el diario de Daudet. Traducir es una mezcla curiosa de responsabilidad e irresponsabilidad, no es el texto de uno, pero uno se siente profundamente vinculado a quien lo escribió y quiere hacerlo bien en su honor. Es una experiencia liberadora porque uno puede acercarse a la gente y decirle "Vayan a comprar este libro maravilloso" sin que le dé vergüenza porque no es el libro propio. Aunque debo reconocer que quizá me tomó más tiempo a mí traducir el diario de Daudet que a él escribirlo.
-¿Cuán distinto le resulta escribir cuentos cortos que novelas?
-Es muy distinto. En un cuento corto uno puede mantenerlo todo en la cabeza al escribir, con la desventaja de que cada falla en la historia se pone en evidencia inmediatamente. La novela es más difícil de mantener entera en la cabeza, con las distracciones de la vida cotidiana, pero es más relajado saber que no existe la novela perfecta. Hay grandes novelas, pero aun éstas no son perfectas. Escribir novela es tan distinto de escribir cuentos que, desde el comienzo, para mí está claro si una idea es para una obra de ficción larga o breve.
-Y su propia vejez, ¿va a ser como suponemos será entonces la de sus compatriotas, los Rolling Stones?
-Espero que cuando cumpla ochenta y pico, alguien diga de mí "Se la pasa leyendo todo el día". Sería el mayor halago.
Por supuesto en el artículo original hay más. Una reseña sobre La Mesa Limón en El Cultural. Este mes también salió un nuevo libro de Barnes en inglés: Arthur and George. Algo de eso y más por supuesto en la web "oficial" de Barnes. Más sobre el autor en este artículo de la Literary Encyclopedia. Un breve resumen de su carrera, pero en castellano. Una crítica de su libro Amor, Etcétera. Y un pequeño artículo/entrevista a raíz de la edición de su libro Inglaterra, Inglaterra.
La imagen de Julian Barnes en este post fue extraída de la web del Harry Ransom Humanities Research Center de la Universidad de Texas.
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1 comentario:
Qué interesante lo que Barnes dice sobre la vejez, dice y siente, razona y vive. Tan estigmatizada la vejez y ahora más en la sociedad consumista. Lo que sí es terrible,es la decrepitud.
salutes.
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