En el suplemento Dominical de El Comercio salió publicada una divertida crónica sobre los extremos linguísticos a los que se asoma el castellano en su vertiente norteamericana, vale decir, el Spanglish. El artículo se llama El Castellano de Babel y es obra de Camilo Torres desde Nueva York.
Érase una vez la lengua española. Decía Oscar Wilde que Inglaterra y los Estados Unidos era dos países divididos por el mismo idioma. Los hispanohablantes de Nueva York pueden seguir ese destino si el común idioma sigue corrompiéndose. Yo creía saber castellano hasta que llegué a Nueva York. Centro de un diálogo trasatlántico, esta ciudad escucha y produce todas las formas que nuestra lengua adopta en el globo; de manera simplista: el español hablado en la Península, el de Sudamérica, el caribeño y el spanglish. Cada una de estas regiones, habrá observado el lector, comprende a su vez variaciones definidas. Nadie confundiría el castellano de Paraguay con el ecuatoriano, pero aquí uno descubre que son menos diferentes de lo que nos parecen vistos desde Lima.
Mi primera sorpresa fue la revelación cruel de que, para mucha gente, yo era exactamente igual a un argentino. Algunos intelectuales del Caribe, víctimas de un fervoroso patriotismo, han encontrado que la mejor manera de "afirmar su identidad" -perdóneseme el cliché- es oponiéndola a los símbolos de la opresiva y pedante Patagonia. Es decir, Sudamérica. Porque entre ellos todos los nacidos al sur de Venezuela somos una misma vaina: "patagónicos". Lo cierto es que la pronunciación y el vocabulario caribeños desconciertan a los sudamericanos y de manera natural estos terminan por sentir una insospechada afinidad con los españoles, un poco menos incomprensibles. Portorriqueños y dominicanos tienden a la sustitución de la "r" por la "l", de modo que en boca de las secretarias mi apellido se convierte en "Toles" y mi país es el "Pelú". (Ello es menos sorprendente si tenemos en cuenta que hasta el siglo XVII el castellano seguía confundiendo ambas letras y Cervantes escribía "almario" por "armario".)
El léxico es igualmente separatista. Entre mis amigos caribeños, nadie entendía por qué llamaba "paraguas" a un instrumento que obviamente es una "sombrilla", ni que me negara a comer un alarmante "chivo con maduros", que más tarde resultó ser un plato de cabrito con plátanos. Las peores confusiones, sin embargo, surgen cuando una misma palabra tiene significados opuestos. Un amigo limeño casi pierde su empleo cuando respondió a su jefe que haría "ahorita" lo que le ordenaban; para el dominicano que administraba la empresa estaba claro que "ahorita" significaba "más tarde, cuando me dé la gana".
Ese mismo día, una profesora presentó a un conferencista diciendo: "Quiero introducirles al profesor X". Y nos lo introdujo, es decir, nos lo presentó (en inglés, to introduce). Más tarde recibí un e-mail de una estudiante de doctorado de Harvard: "Mi amiga Rocío Silva Santisteban me ha pedido que difumine esta carta de las escritoras peruanas". La futura profesora de Harvard cree con inocencia que "difuminar un mensaje" equivale a "difundirlo".
Un fenómeno más complejo es el spanglish. La antropóloga catalana Ana Huertos no supo qué responder cuando el dueño de su departamento le advirtió seriamente que "no vacune la carpeta" y pasaron varios días hasta que entendió que el pedido era que no aspirase (to vacuum) la alfombra (carpet). Se trata de la babélica castellanización de vocablos ingleses, a veces parecidos a palabras castellanas pero que, como en el ejemplo, tienen un significado diferente. La gente compra "groserías" (grocery: tienda de comestibles) y maneja "trocas" (truck: camión). Igual destino sufren los verbos: un gasfitero advierte a su cliente que "el rufo (roof: tejado) está liqueando (leak: gotear)". En su pasión por la literalidad, el spanglish ha convertido la cotidiana expresión call me back ("devuélveme la llamada") en el asombroso "llámame p'atrás".
Hijo de los inmigrantes latinos, el spanglish tiene al menos dos variedades que se distinguen claramente; en Los Ángeles y Texas predomina el creado por los descendientes de inmigrantes mexicanos mientras que en la costa oeste se usa el de spanglish dominicano. Hace una semana, mientras iba en el metro, oí a dos chicas hablando un idioma de fonemas exóticos que creí identificar como árabe. Como tengo tres estudiantes musulmanes, me sentí interesado y presté más atención para observar su vestimenta y el lenguaje de sus gestos. Entonces descubrí que eran portorriqueñas y conversaban en español.
Algunos apuntes a lo dicho. En nuestra selva, "maduro" es también plátano, o por lo menos una variedad de ellos (la de freir), que hay muchas y muchas formas de llamarlos, incluso a sus diferentes formas de prepararlos. Curiosamente "ahorita" dicho con cierta entonación irónica también significa algo así como "ni creas que lo voy a hacer". Del "call me back" o "llamame p'atras", escuche una variación casi alucinante. Un tipo hablaba por internet con su mujer, que por lo escuchado de la conversación vivía en USA, y al enterarse que esta se había gastado el dinero que él le había dado para sacar su camioneta del taller le decía "no se, tu te prestas, pero yo quiero mi camioneta p'atras ya, ¿entiendes?" El que no entendía nada al principio era yo, pero luego la capté. Lo que se tiene que escuchar cuando uno está en una cabina de internet.
El artículo original es más extenso y si les gustó lo leido, les recomiendo su lectura completa. Para completar el panorama, en la página Castellano.org hay un apartado llamado Spanglis donde hay una selección de enlaces a artículos a favor y en contra de dicha forma linguística. También otra página llamada Spanglish, donde se proporciona enlaces a sitios que sirven de ayuda para no cometer errores al hablar o traducir, principalmente orientado al área informática. Y un divertido glosario de spanglish en su vertiente mexicana.
Technorati tags: Spanglish, Español, English, Lenguaje,
Érase una vez la lengua española. Decía Oscar Wilde que Inglaterra y los Estados Unidos era dos países divididos por el mismo idioma. Los hispanohablantes de Nueva York pueden seguir ese destino si el común idioma sigue corrompiéndose. Yo creía saber castellano hasta que llegué a Nueva York. Centro de un diálogo trasatlántico, esta ciudad escucha y produce todas las formas que nuestra lengua adopta en el globo; de manera simplista: el español hablado en la Península, el de Sudamérica, el caribeño y el spanglish. Cada una de estas regiones, habrá observado el lector, comprende a su vez variaciones definidas. Nadie confundiría el castellano de Paraguay con el ecuatoriano, pero aquí uno descubre que son menos diferentes de lo que nos parecen vistos desde Lima.
Mi primera sorpresa fue la revelación cruel de que, para mucha gente, yo era exactamente igual a un argentino. Algunos intelectuales del Caribe, víctimas de un fervoroso patriotismo, han encontrado que la mejor manera de "afirmar su identidad" -perdóneseme el cliché- es oponiéndola a los símbolos de la opresiva y pedante Patagonia. Es decir, Sudamérica. Porque entre ellos todos los nacidos al sur de Venezuela somos una misma vaina: "patagónicos". Lo cierto es que la pronunciación y el vocabulario caribeños desconciertan a los sudamericanos y de manera natural estos terminan por sentir una insospechada afinidad con los españoles, un poco menos incomprensibles. Portorriqueños y dominicanos tienden a la sustitución de la "r" por la "l", de modo que en boca de las secretarias mi apellido se convierte en "Toles" y mi país es el "Pelú". (Ello es menos sorprendente si tenemos en cuenta que hasta el siglo XVII el castellano seguía confundiendo ambas letras y Cervantes escribía "almario" por "armario".)
El léxico es igualmente separatista. Entre mis amigos caribeños, nadie entendía por qué llamaba "paraguas" a un instrumento que obviamente es una "sombrilla", ni que me negara a comer un alarmante "chivo con maduros", que más tarde resultó ser un plato de cabrito con plátanos. Las peores confusiones, sin embargo, surgen cuando una misma palabra tiene significados opuestos. Un amigo limeño casi pierde su empleo cuando respondió a su jefe que haría "ahorita" lo que le ordenaban; para el dominicano que administraba la empresa estaba claro que "ahorita" significaba "más tarde, cuando me dé la gana".
Ese mismo día, una profesora presentó a un conferencista diciendo: "Quiero introducirles al profesor X". Y nos lo introdujo, es decir, nos lo presentó (en inglés, to introduce). Más tarde recibí un e-mail de una estudiante de doctorado de Harvard: "Mi amiga Rocío Silva Santisteban me ha pedido que difumine esta carta de las escritoras peruanas". La futura profesora de Harvard cree con inocencia que "difuminar un mensaje" equivale a "difundirlo".
Un fenómeno más complejo es el spanglish. La antropóloga catalana Ana Huertos no supo qué responder cuando el dueño de su departamento le advirtió seriamente que "no vacune la carpeta" y pasaron varios días hasta que entendió que el pedido era que no aspirase (to vacuum) la alfombra (carpet). Se trata de la babélica castellanización de vocablos ingleses, a veces parecidos a palabras castellanas pero que, como en el ejemplo, tienen un significado diferente. La gente compra "groserías" (grocery: tienda de comestibles) y maneja "trocas" (truck: camión). Igual destino sufren los verbos: un gasfitero advierte a su cliente que "el rufo (roof: tejado) está liqueando (leak: gotear)". En su pasión por la literalidad, el spanglish ha convertido la cotidiana expresión call me back ("devuélveme la llamada") en el asombroso "llámame p'atrás".
Hijo de los inmigrantes latinos, el spanglish tiene al menos dos variedades que se distinguen claramente; en Los Ángeles y Texas predomina el creado por los descendientes de inmigrantes mexicanos mientras que en la costa oeste se usa el de spanglish dominicano. Hace una semana, mientras iba en el metro, oí a dos chicas hablando un idioma de fonemas exóticos que creí identificar como árabe. Como tengo tres estudiantes musulmanes, me sentí interesado y presté más atención para observar su vestimenta y el lenguaje de sus gestos. Entonces descubrí que eran portorriqueñas y conversaban en español.
Algunos apuntes a lo dicho. En nuestra selva, "maduro" es también plátano, o por lo menos una variedad de ellos (la de freir), que hay muchas y muchas formas de llamarlos, incluso a sus diferentes formas de prepararlos. Curiosamente "ahorita" dicho con cierta entonación irónica también significa algo así como "ni creas que lo voy a hacer". Del "call me back" o "llamame p'atras", escuche una variación casi alucinante. Un tipo hablaba por internet con su mujer, que por lo escuchado de la conversación vivía en USA, y al enterarse que esta se había gastado el dinero que él le había dado para sacar su camioneta del taller le decía "no se, tu te prestas, pero yo quiero mi camioneta p'atras ya, ¿entiendes?" El que no entendía nada al principio era yo, pero luego la capté. Lo que se tiene que escuchar cuando uno está en una cabina de internet.
El artículo original es más extenso y si les gustó lo leido, les recomiendo su lectura completa. Para completar el panorama, en la página Castellano.org hay un apartado llamado Spanglis donde hay una selección de enlaces a artículos a favor y en contra de dicha forma linguística. También otra página llamada Spanglish, donde se proporciona enlaces a sitios que sirven de ayuda para no cometer errores al hablar o traducir, principalmente orientado al área informática. Y un divertido glosario de spanglish en su vertiente mexicana.
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