El Cantante de Salmos (The Praise Singer) es una de las muchas obras históricas de Mary Renault ambientadas en el clásico mundo helénico, fue editada en inglés en el año 1978 y mi edición en castellano es del 1988 en la colección El Espejo de Tinta de la editorial Grijalbo. El libro es de una extensión normal, 340 páginas aproximadamente.
Simonides de Ceos, el personaje principal de esta obra, fue un poeta que vivió unos 500 años antes de Cristo. Y si bien se conocen ciertos hechos de su vida y hasta algunas anécdotas, es poco lo que se sabe a ciencia cierta de él, incluso su obra ha llegado al presente muy incompleta y en algunos casos tan sólo fragmentos de ciertas piezas. Así que para la elaboración de este libro, la autora ha tenido que tomarse bastantes licencias creativas, quizás un poco más que en la mayoría de novelas históricas. Sin embargo no se piense que por este motivo la obra no vale la pena, de hecho, la reconstrucción de la época suena bastante real y la autora logra hacernos sentir cómo pudo haber sido vivir en esos años y en esa cultura.
Y es que a pesar que para nosotros, ciudadanos occidentales lo querramos o no, la antigua Grecia es la madre de nuestra civilización, donde surgió la democracia y de la cual nuestra actual cultura ha heredado bastante, a pesar repito, de todo eso, la antiguedad es un mundo totalmente distinto al nuestro, lejos de la época idealizada que a veces se tiende a imaginar.
Tomemos de ejemplo algo que en la novela está siempre presente: la poesía y el ser poeta. El concepto de poesía era más utilitario que el actual, los poetas componían obras por encargo de los reyes, sátrapas, tiranos o lo que fuera que gobernara donde ellos se encontraran. Y si bien por lo general tenían libertad para elegir sus temas, a veces también debían ensalzar adecuadamente a quien los mantenía en la corte. Pues un poeta que se respetara a si mismo debía ser protegido por algún rey, si no, se consideraba que no había tenido éxito.
Pero el poeta no era sólo el que escribía los versos, además debía cantarlos, porque lo que se estilaba era cantar los versos antes que declamarlos, y por lo general acompañado de una lira (de donde proviene el nombre del género "lírico"). Así que el poeta debía además ser cantante y músico. Por si fuera poco los poemas no se escribían sino que se aprendían de memoria, y no eran precisamente cortos, recuerden si no la extensión de La Iliada y La Odisea. Todas estas cosas y otras más, se hacen patentes al leer esta novela que ahora me permito comentar y recomendarles. Sirva este párrafo de ejemplo de lo que les digo:
En la actualidad, los juegos panatenienses están perfectamente establecidos. Los atenienses creían que era irreverente introducir una competición nueva; sin embargo, aunque en aquel entonces los juegos ya eran bastante antiguos (se dice que el rey Teseo los instituyó cuando logró unificar el reino), el arconte siempre pensaba en algo grandioso. El caso es que ese año me tocó conducir el coro. Apenas cuatro años antes sólo había sido un observador, cuando las masas multicolores bajaron del cerameico para unirse a la procesión, que parecía una brillante y abigarrada serpentina; los señores portaban yelmos de grandes cimeras y brillantes armaduras (todos los guerreros llevaban sus pertrechos de combate, el arconte no les temía), los soldados de infantería marchaban acompasadamente con sus escudos blasonados, las bestias para los sacrificios, con sus collares de guirnaldas, eran conducidas por los atletas más hermosos, y la nave de la diosa, tirada por bueyes blancos como la nieve, llevaba velas nuevas en su mástil. Los demás caminaban alrededor de la nave, cantando todos a una. El jefe del coro tenía derecho a consagrar la estatua de Atenea en el santuario, la cual debía permanecer allí por siempre, o cuando menos así lo pensaba la diosa, hasta antes de que llegaran los persas. Bueno, en aquel entonces a todos nos hizo felices. La competición de poemas épicos se efectuaría al día siguiente. Los artistas habían oído decir que los premios eran excelentes -llamémoslos de esa manera-, así que llegaban de todas partes.Pero al principio del libro hay un párrafo en especial que me gusta mucho, se sitúa cronológicamente al final de la vida de Simónides, el punto desde donde él narra su historia:
Dejaré mis manuscritos para que la historia juzgue su valor, al igual que el del tazón del alfarero o el del mármol del escultor. El mármol se puede romper, el tazón es un trasto que se puede arrojar, y el papel puede prenderse para dar calor en una fría noche de invierno. He visto muchas cosas llegar a su fin. Cuando la gente se me acerca -como lo hacen todos, desde el mismo rey Hierón hasta sus súbditos- y me pregunta sobre épocas en las que aún no habían nacido, siempre les hablo de lo que vale la pena recordar, a pesar de que desee vehementemente irme a descansar. Las canciones sinceras aún viven en la memoria de los hombres.Y bueno, las novelas históricas, la antigua Grecia y las vidas de poetas son una mezcla irresistible la verdad. Si quieren profundizar en los hechos históricos y personajes sobre los que Mary Renault escribió, no sólo en ésta sino en todas las obras de su ciclo griego, ésta página tiene mucha información al respecto: The Greek World of Mary Renault. También una semblanza de la Renault y de su obra en The Glimpse of a Strong Greek Light de Linda Proud. Para los bibliógrafos acá algunas de las carátulas originales de sus obras.