José Watanabe es uno de esos poetas tranquilos que publica cada cierto tiempo unos pequeños y entrañables poemarios, ajenos quizás a tendencias y usos dictados por la moda, pero fieles a su propio ideario, el de la palabra precisa. El día de hoy La República presenta un artículo redondeado con una pequeña entrevista y algunos de los nuevos poemas de su próximo libro. Más poemas aquí. A continuación un par de las preguntas de dicha entrevista y uno de los poemas.
–¿Crees en la inspiración?
–Yo sí creo en ese estado especial en el que uno hasta siente que recibe palabras, que te dictan, frases que vienen volando y se quedan ahí, solas. Pero eso es la primera versión, luego viene el proceso de corregir. Es lento, paciente, pero a mí me da más felicidad que escribir la primera versión.
–¿Es el turno del poeta?
–Exacto. Es allí donde te das cuenta de que estás jugando con un material tan maleable como es el lenguaje, tú tienes que forzar, fijarlo. Allí está la mano del poeta, pero no debe eliminar los impulsos y las cargas afectivas que llegaron con la inspiración.
–¿Crees en la inspiración?
–Yo sí creo en ese estado especial en el que uno hasta siente que recibe palabras, que te dictan, frases que vienen volando y se quedan ahí, solas. Pero eso es la primera versión, luego viene el proceso de corregir. Es lento, paciente, pero a mí me da más felicidad que escribir la primera versión.
–¿Es el turno del poeta?
–Exacto. Es allí donde te das cuenta de que estás jugando con un material tan maleable como es el lenguaje, tú tienes que forzar, fijarlo. Allí está la mano del poeta, pero no debe eliminar los impulsos y las cargas afectivas que llegaron con la inspiración.
La piedra alada
El pelícano, herido, se alejó del mar
y vino a morir
sobre esta breve piedra del desierto.
Buscó,
durante algunos días, una dignidad
para su postura final:
acabó como el puro movimiento congelado
de una danza.
Su carne todavía agónica
empezó a ser devorada por prolijas alimañas, y sus huesos
blancos y leves
resbalaron y se dispersaron en la arena.
Extrañamente
una de sus alas persistió indemne, sus gelatinosos tendones
se secaron
y se adhirieron
a la piedra
como si fuera un cuerpo.
Durante varios días
el viento marino
batió inútilmente el ala, batió sin entender
que podemos imaginar un ave, la más bella,
pero no hacerla volar.
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