Por dos días seguidos en Iquitos hay neblina. Lo cual por cierto es muy raro, acá o hace un calor de 40 grados o llueve a cántaros, pero garúas limeñas, una vez al año, y éso. Neblinas capitalinas menos, quizás uno que otro día en la madrugada llega por el río algo de neblina y luego el viento matutino y el fuerte sol la despejan, pero esta vez se ha quedado. Diría que me gusta, tiene un olor muy especial, a plantas extrañas, también a humedad claro, pero más a hojas exóticas. Recuerdo la primera vez que me interné en la selva, sin caminos y abriendo trocha, el vapor que salía de la tierra y las plantas era así, mágico, exhuberante. Esto me ha hecho recordar porque me enamoré de Iquitos. Justo ahora que quiero agarrar mis cosas e irme a otro sitio. Bien dicen que las ciudades son como mujeres, te atrapan con su seducción y te persiguen con sus recuerdos.
Para compensar las cosas, cuando estaba parado a la entrada de la tienda, pasó una señora y su olor borró de mi cerebro cualquier otra cosa y me devolvió al Callao, de pronto tuve 5 o 6 años y estaba de la mano de mi abuela paseando por la Av. Saenz Peña rumbo al Muelle de Guerra, el mar a lo lejos. ¿Que fué?, no lo sé, la colonia, el olor de la persona, otra cosa, quien sabe. Pero me inclino por el olor, la memoria olfativa es muy fuerte, no sé nada del tema, pero supongo está asociada a las capas cerebrales mas primitivas del hombre. Siempre me sucede, por otra parte, un olor me trae recuerdos que creía olvidados. Esa imagen de mi abuela y yo, quien sabe cuantos años ha estado guardada en mi cerebro sin ser accesada, por decirlo de alguna manera. Ahora de pronto, en un nanosegundo, ahí estaba, como si hubiera pasado ayer nomás.
martes, setiembre 14, 2004
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