Creo que cumplo todos los requisitos para ser un blog totalmente tercermundista y nada globalizado: comento sobre discos que no he escuchado, escribo sobre libros que no he leído y encima los caprichosos bots de Google no me indexan desde hace más de 10 días. (Si la imagen cacheada ya no es la del 7 de Setiembre, me avisan). Es decir, tomo notas para mi mismo, que es lo que siempre he hecho; sin quejas, pero consciente de la realidad. Y sigo.
Giovanna Pollarolo comenta en Peru21 acerca de lo dañina que podría ser la literatura, a propósito y sobre, el último libro del reciente Premio Nobel de literatura J.M. Coetzee: Elizabeth Costello. Si la literatura puede hacer de nosotros mejores personas, también existe la posibilidad de hacernos peores, afirma. Costello no está segura de que los escritores que se aventuran en los territorios oscuros del alma vuelvan ilesos. Mostrar los horrores de los que es capaz el ser humano es como hacer salir al genio de la botella. Hay cosas que es mejor callar: es obsceno que hayan ocurrido; también lo es sacarlas a la luz, escribirlas. ... Su fundamento no radica en la represión sino en su propia ética. Trasciende las motivaciones de los censores convencionales y legitima una postura que puede parecer aberrante: poner en tela de juicio la libertad que tiene todo ser humano de leer y escribir lo que quiera.
Pareciera que la Pollarolo no decide aún si estar a favor o en contra de tal tesis, sin embargo, Mario Vargas LLosa hace tiempo que dijo no compartir semejante idea. En verdad quienes así piensan tienen una idea errada de la literatura: le atribuyen poderes que no hay manera de demostrar que ella posea y quieren imponerle funciones para las que está visceralmente negada. Por lo pronto, es una empresa inútil tratar de averiguar si una gran obra literaria hace más buenos o más malos a sus lectores, porque la manera como un poema, una novela o un drama opera sobre una sensibilidad o un carácter varía al infinito, y mucho más en razón del lector que de la obra. Leer a Dostoievski puede, en algunos casos, tener consecuencias traumáticas y criminales y, en cambio, no es imposible que las iniquidades seminales del marqués de Sade hayan aumentado el porcentaje de lectores virtuosos, vacunados contra el vicio carnal. En verdad, la literatura no nació para estimular el vicio ni la virtud (aunque ambas cosas sin duda también resultan de ella, pero de una manera infinitamente diversa e incontrolable), sino para dar a los seres humanos aquello que la vida real es incapaz de darles, para hacerlos vivir más vidas de las que tienen y de manera más intensa de la que viven, algo que su imaginación y sus deseos les exigen y la vida real, la vida confinada y mediocre de sus existencias reales, les niega cada día.
Si los comentarios que provoca el libro son así de sustanciosos, imagino que el libro me va a gustar y mucho, de hecho aquí hay un avance del primer capítulo, y vaya que promete. También una reseña en El Gatopardo, como para que se les aclare un poco de que va la cosa.
Giovanna Pollarolo comenta en Peru21 acerca de lo dañina que podría ser la literatura, a propósito y sobre, el último libro del reciente Premio Nobel de literatura J.M. Coetzee: Elizabeth Costello. Si la literatura puede hacer de nosotros mejores personas, también existe la posibilidad de hacernos peores, afirma. Costello no está segura de que los escritores que se aventuran en los territorios oscuros del alma vuelvan ilesos. Mostrar los horrores de los que es capaz el ser humano es como hacer salir al genio de la botella. Hay cosas que es mejor callar: es obsceno que hayan ocurrido; también lo es sacarlas a la luz, escribirlas. ... Su fundamento no radica en la represión sino en su propia ética. Trasciende las motivaciones de los censores convencionales y legitima una postura que puede parecer aberrante: poner en tela de juicio la libertad que tiene todo ser humano de leer y escribir lo que quiera.
Pareciera que la Pollarolo no decide aún si estar a favor o en contra de tal tesis, sin embargo, Mario Vargas LLosa hace tiempo que dijo no compartir semejante idea. En verdad quienes así piensan tienen una idea errada de la literatura: le atribuyen poderes que no hay manera de demostrar que ella posea y quieren imponerle funciones para las que está visceralmente negada. Por lo pronto, es una empresa inútil tratar de averiguar si una gran obra literaria hace más buenos o más malos a sus lectores, porque la manera como un poema, una novela o un drama opera sobre una sensibilidad o un carácter varía al infinito, y mucho más en razón del lector que de la obra. Leer a Dostoievski puede, en algunos casos, tener consecuencias traumáticas y criminales y, en cambio, no es imposible que las iniquidades seminales del marqués de Sade hayan aumentado el porcentaje de lectores virtuosos, vacunados contra el vicio carnal. En verdad, la literatura no nació para estimular el vicio ni la virtud (aunque ambas cosas sin duda también resultan de ella, pero de una manera infinitamente diversa e incontrolable), sino para dar a los seres humanos aquello que la vida real es incapaz de darles, para hacerlos vivir más vidas de las que tienen y de manera más intensa de la que viven, algo que su imaginación y sus deseos les exigen y la vida real, la vida confinada y mediocre de sus existencias reales, les niega cada día.
Si los comentarios que provoca el libro son así de sustanciosos, imagino que el libro me va a gustar y mucho, de hecho aquí hay un avance del primer capítulo, y vaya que promete. También una reseña en El Gatopardo, como para que se les aclare un poco de que va la cosa.
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