viernes, enero 14, 2005

El escritor y su obra

Tomás Eloy Martínez, quien creo no necesita mayor presentación, escribe un excelente artículo sobre la moral, o más bien la amoralidad del escritor con respecto a su obra y el proceso de hacerla.

Casi todos los escritores han dicho alguna vez que sin entrega plena no hay literatura verdadera. En rigor, ninguna pasión del hombre tiene sentido si no se pone en juego todo el ser. Hasta para el amante, los caminos a medias son siempre una certeza de fracaso. En 1956, William Faulkner llevó esas exigencias a sus extremos de individualismo y amoralidad: “El artista es responsable sólo ante su obra”, declaró en The Paris Review. “Si es un buen artista, será completamente despiadado. ... Arroja todo por la borda: el honor, el orgullo, la decencia, la seguridad, la felicidad, todo, con tal de escribir su libro”. Esas palabras son escandalosas pero no excesivas: en el horizonte de la historia, los hombres terminan por ser su obra antes que ellos mismos.

En una carta de 1958, Faulkner dijo que aspiraba a reencarnarse en un buitre, alguien a quien nadie ama, ni odia, ni envidia, ni necesita. En “Vueltas nocturnas,” texto final de “Música para camaleones,” Capote plagia la frase con descaro: “Me gustaría reencarnarme en un buitre. Un buitre no tiene que molestarse por su aspecto ni por su habilidad para seducir; no tiene que darse aires. De todos modos no va a gustar a nadie: es feo, indeseable, mal recibido en todas partes. Hay mucho que decir sobre la libertad que se obtiene a cambio”. Tanto a Faulkner como a Capote no les importaba ser condenados por la historia. Sólo estaban atentos a su obra, es decir, a ese banquete de buitres en el que cualquier realidad, hasta la más insulsa, puede transfigurarse en palabras inmortales.


El artículo realmente trata más sobre Capote que sobre Faulkner, pero a mí las que más me llamaron la atención, obviamente, fueron las citas al creador de Yoknapatawpha. El artículo vía Actualidad Literaria.

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