domingo, abril 24, 2005

El Hablador

En algunos de los antiguos posts desaparecidos de Surfing el Amazonas comenté sobre El Hablador, como tengo tendencia a repetirme, lo haré de nuevo, no sé si inconscientemente cite de memoria, en todo caso, nadie se va a acordar. Bueno, El Hablador, es prácticamente mi libro favorito de Mario Vargas Llosa, La Casa Verde es de lo mejor, La Tía Julia y el Escribidor y Pantaleón y las Visitadoras me resultaron muy jocosas, Conversación en la Catedral y La Guerra del Fín del Mundo siendo libros de mucha calidad no me producen ninguna reacción en particular, pero El Hablador, ah, lo releería todo el tiempo. Si no fuera por que existe El Pez en el agua, sería mi preferido indiscutible. Desde su ya creo famosa frase inicial, la novela me capturó por completo.

Vine a Firenze para olvidarme por un tiempo del Perú y de los peruanos y he aquí que el malhadado país me salió al encuentro esta mañana de la manera más inesperada.

Pero hay otro Hablador que también sabe captar muy bien la atención, se trata de la excelente El Hablador, Revista trimestral de Literatura que ya va por su edición número 7, correspondiente a Marzo 2005. Número que por cierto trae muy buenos artículos. Uno de Giancarlo Stagnaro sobre crítica literaria, análisis de las poéticas de Watanabe y de Eguren, una entrevista con el estudioso de la literatura peruana Birger Angvik, aparte de poesía, cuentos y reseñas de libros, pero el plato fuerte para mí, ha sido el artículo de José Andrés Rivas: El hablador de Mario Vargas Llosa: Querer escribir como hablo. Un profundo análisis del juego de historias y discursos del que se sirve MVLL para una vez más, exorcisar sus demonios interiores.

Rivas nos dice que a la vista del resto de su obra, se podría deducir que El hablador es sólo una narración circunstancial en la obra de Vargas Llosa. Una lectura más profunda y realizada desde otra perspectiva nos mostraría un perfil más singular: la historia, cuya obsesión lo persiguiera durante casi un cuarto de siglo, es la más completa metáfora de la autocontemplación de Vargas Llosa como novelista, y un profundo enjuiciamiento de su propia arte narrativa.

Perdido en su condición de hombre de nuestro tiempo, el narrador evoca con nostalgia aquel tiempo en que la palabra daba nombre a las cosas y podía crear el universo. Es la angustia del hombre civilizado, condenado a separar y entender, e incapaz de la inocencia del “hablador”.
Efectivamente, tal como apunta Rivas, El Hablador trata entre otras cosas del poder de la palabra, que quizás es un poder perdido, y paradojicamente por esas cosas del destino, MVLL probaría en carne propia esto cuando lanzado a la campaña presidencial de 1990 la pierde ante un chinito que ni hablaba bien el castellano. ¿Porqué se lanzó? Quizás fue como el mismo MVLL recuerda en El pez en el agua que su esposa dijo: Fue la aventura, la ilusión de vivir una experiencia llena de excitación y de riesgo. De escribir en la vida real, la gran novela. ¿Quizás también de probar el poder de la palabra a otro nivel? ¿De transformarse el mismo en un hablador? Pero los resultados de esa aventura son otro (ingrato) tema.


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